por Sebastián Jorgi
“Cada mañana el placer anticipado de verla alentaba mis pasos hasta el puesto de flores”, confiesa el narrador protagonista de la nueva novela de Beatriz Isoldi. Una florista rubia, de ojos color café, una sonrisa habitual. Empecé a soñar con ser Ledesma, el personaje de esta novela que fluye en primera persona. Catártico, pleno, sin ambigüedades. Cómo no envidiarlo en su relación con Joanna, la florista. Para Ledesma, es más importante la ausencia de Joanna que la muerte de su esposa, Mirna.
Caramba, me dije en este primer tramo de El secreto perfume del mundo. Es notable cómo entra Beatriz Isoldi en la carnadura masculina, en la caracterología de los hombres, casi siempre infieles. Y sin Joanna y sin Mirna, este personaje queda arrumbado en la soledad. “La gente me ignoraba”, confiesa Ledesma, “nadie conoce mi estado secreto de escribir libros”.
Menos mal, me dije, metiéndose en un paralelo del quehacer de novelas. El avance trae cierto halo de misterio en el acontecer: aparece un enigmático vecino, un tal Lezica. Y en tal avance, vamos apreciando el conocimiento, el caudal como lectora de Beatriz Isoldi: Dante, Percival, Celine, Hesse, Camus.
Sólo le queda a Ledesma de Mirna un retrato, con el que parece dialogar. De pronto aparece Josefina, una cuñada -hermana de Mirna- que dice “tener en cuenta muy bien los vínculos”. Vaya, otra sorpresa, a la que se suma el descubrimiento de que Mirna escribía un diario, del que saldrán a la luz instancias de una vida familiar traumática. Beatriz Isoldi maneja con pericia los diálogos narrados, logrando cuadros de monólogos intra-psicológicos de Ledesma que van alimentando el cerco narrativo.
“Por esas calles de referencia”, el pasaje Discépolo, Ecuador, Felipe Vallese, Canalejas, el Bajo, espacios capitalinos, serán los escenarios de la tumultuosa vida interior y social de Ledesma. Al enigmático Lezica, un coleccionista de libros, se suman su hijo Abel y una apetitosa amante llamada Silvia. Insisto: la intertextualidad es rica en Beatriz Isoldi, un poema de Leónidas Lamborghini, Kundera, Faulkner, mientras el misterio crece, con un dosificado suspenso. Escamoteado con mucha habilidad.
“Tengo muchas cosas que decirle”, expresa Lezica. Se refiere a Joanna, la florista en cuestión, que vive en Parque Chas. Lezica parece saber bastante de Mirna también, todo convierte a Ledesma en un “tumulto que piensa”, frase que será una especie de leitmotiv en la novela, plena de secretos, no tan perfumados. Ledesma tiene otros azarosos encuentros, como con Angela, que tiene un parecido con Joanna.
El lector tropezará con algo que dice Josefina al pasar: “Pobre Mirna”. Y no les cuento más, estimados lectores de “El secreto perfume del mundo”, que alberga psicología del mundo masculino, aunque las señoras con las que tropieza Ledesma no le irán en zaga. Un viaje al fin de la noche, una noche de lo más oscura, acompasada por melodías de Malher.
El procedimiento narrativo es arriesgado, pero Beatriz Isoldi sale airosa al anclar el punto de vista en el personaje (que se escribe a sí mismo) para confesarse: “No me importa ser un novelista cursi”. Toque de ironía, al constatar Ledesma “porque Mirna siempre lloraba”. Un juego de disyuntivas, una prosa desplegada en voces, un medio casi siempre adverso, un tiempo despiadado, como diría Lukács, “un nadar del héroe contra la corriente”.
No pude desprenderme del libro, portándolo en viajes sobre todo, un placer su lectura, más allá de toda pretensión analítica. Ahora, estimada colega y lectores, me estoy yendo a Parque Chas, para intentar encontrarme con Joanna, la florista, esa rubia de ojos color café.